Un cuerpo lleno de palabras plantea una reflexión sobre el modo discriminatorio, androcéntrico y sexista en el que las mujeres aparecen representadas en el lenguaje. Como el propio lenguaje que se aprende y se enseña, crean maneras de pensar y de percibir la realidad, concibiendo estereotipos, prejuicios, valores y juicios, que no son reales, pero, por medio del lenguaje definen una realidad, una realidad que va pasando de generación en generación y se utiliza de forma inconsciente. Esta inconsciencia genera en la sociedad una gran brecha de desigualdades entre sexos, donde entra en juego ideologías, pensamientos y sentimientos que las y los hablantes expresan y crean por medio de expresiones y palabras, y sus significados.
En Un cuerpo lleno de palabras lo personal se transforma en universal, lo individual en colectivo y lo cotidiano en extraordinario. El tiempo se desdibuja, pues, transcurre a una velocidad más pausada, un tiempo donde resistir equivale a existir, en el que se reflexiona sobre los valores humanos de la sociedad, que cuestiona el lenguaje que utilizamos en el día a día, el cual designa connotaciones negativas hacia el sexo femenino. Un lenguaje que utilizamos, que vamos aprendiendo y transmitiendo, esas palabras que pensamos, que decimos y también las que nos dicen, que poco a poco se van alojando en nuestro cuerpo, en nuestro ser y nos van construyendo como personas, como sociedad.
Una obra instalativa, compuesta de cuatro piezas que convergen en el espacio formando un todo, con las que dejamos ver una realidad distorsionada. Proyectándolas de una forma directa y clara se pretende abrir los ojos y así poder ver y enseñar a ver.