Doblar, rasgar, cortar el papel de una forma primaria. Un gesto inocente. Un juego a partir de fragmentos casuales que conforman una nueva realidad, reflexionando así sobre el propio proceso de creación.
Montaña y Valle es una investigación sobre el pliegue (hacia fuera montaña, hacia dentro valle) y las composiciones cromáticas, profundizando en lo contradisciplinar y en nuevas maneras del hacer. El modo de crear deviene tanto de lo digital como de lo objetual, pasando por el ready-made, la fotografía, la escultura, la pintura y el collage. Esta idea surge en el momento en el que se comienzan a entender las sensaciones de asombro a través de una mirada atemperada, reducida de tiempo, de un cierto aquietamiento que, como anota Maillard en su texto La baba del caracol (2014), «esto no es un estado permanente sino una actitud».
La formalidad de los planos tiene un peso considerable en las obras, así como el color, ya que uno no podría vivir sin el otro. Las formas son las que contienen el color, el color es el contenido de las formas. Las decisiones de las construcciones cromáticas se toman desde la espontaneidad, el asombro, la atención e incluso el azar. Al trabajar con un criterio de decisión como es la intuición, el proceso no queda anclado en ideas absolutas. De esta manera, a medida que la atención muestra nuevos enfoques, el modo de hacer se acondiciona.
Estos intereses tienen una historia o un contexto. Viajando al pasado se entiende como las vivencias personales intervienen en la producción. Hay una clara influencia del mar, de una tierra rodeada por el Océano Atlántico. El horizonte, que similar al pliegue, separa esos planos propios de la imagen costera: cielo y mar, arriba y abajo. El sentido de intentar ver más allá de lo conocido e imaginar qué es lo que hay después de esa lejanía, es quizás donde se pone en valor la mirada atemperada que busca y no se preocupa de encontrar si existen los límites.