La obra que aquí se presenta proviene de una serie pictórica Desde la superficie, en la que se indaga sobre la idea de la pintura como experiencia sensorial ofreciendo al espectador la oportunidad de agudizar la conciencia sobre su relación con el entorno a través de la observación pausada. Un acceso a cierta forma de vivir el tiempo distanciada de la usual que queda sujeta a los devenires y ajetreos cotidianos.

La superficie reflectante y fría del cuadro revela un juego de ritmos sobre un fondo oscuro que se torna en espacio, figurado y especular (el que el propio soporte refleja), que se expande hacia su interior. Con el tratamiento pictórico empleado se quiere indagar más en la naturaleza de la imagen como proceso de aparición/desaparición que en la mera representación, aunque lo (des)representado en ella forme parte soterrada de la metáfora. La pincelada se descompone en manchas unitarias, a veces ordenadas en una suerte de matriz, que parecen describir formas y espacios de una manera que se aproxima a la imagen digital, mientras que un examen detenido, revela un lenguaje plástico mucho más orgánico. En ese sentido, el enmarcado de cada pieza favorece la sensación creada de profundidad, asemejando una caja negra en la que las formas parecen surgir o hundirse desde una superficie transparente.

Por supuesto, la anterior es una descripción a través del lenguaje escrito, fútil si hablamos de una metáfora elaborada a través de la materia, como la pintura, que se desenvuelve en ámbitos necesariamente ajenos a la palabra y la lógica, tan cercanos al misterio y a lo subjetivo. Hay que destacar que la dificultad de la reproducción fotográfica de la obra, que se deriva de las características de su soporte, es intencionada.